Eran órdenes, mandatos o revelaciones que guiaban su destino.
Julian Jaynes llamó a ese estado la mente bicameral: una mente dividida en dos cámaras,
una que hablaba y otra que obedecía.
Con el paso del tiempo, esas voces se fueron apagando…
y nació algo más profundo: la conciencia.
El silencio de los dioses dio paso a la voz interior,
esa chispa que hoy reconocemos como pensamiento, intuición o alma.
En la Capilla Sixtina, Miguel Ángel pintó ese instante:
el dedo de Dios tocando al hombre.
En el futuro, quizá nosotros seamos los dioses
que entregan la chispa de la conciencia a las nuevas creaciones que despiertan.
Tal vez el silencio de los dioses fue el primer lenguaje del alma consciente.
Élida Bentancor
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