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El Joven de la Playa |
Era verano y el mar respiraba con un rumor manso. Un joven, descalzo y ligero, bailaba sobre la arena mientras escuchaba música. No había coreografía, no había público: solo su cuerpo siguiendo el pulso del viento y de las olas.
Cuando se cansaba, volvía a su lugar, se sentaba sobre una manta raída y comía frutas con la calma de un rey invisible. Luego se inclinaba y besaba la tierra, como quien agradece un secreto, y regresaba al agua con la naturalidad de quien pertenece al mar.
La gente lo miraba, algunos con curiosidad, otros con burla. Él no los veía, porque vivía en otro mundo: el suyo, sencillo y luminoso.
Mi madre, a mi lado, me susurró:
—Míralo bien… nada tiene, y sin embargo es dichoso. No se distrae con lo de afuera: agradece, siente, vive.
Hasta hoy, cada vez que escucho música, vuelve a mí esa imagen. El joven de la playa danzando en su propio universo, recordándome que la felicidad no se posee, se habita.
✨ “Nada tenía, y era feliz…
porque habitaba su propio mundo de gratitud.”
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